27 Ago ¿Sabemos todo lo que nuestro mundo le debe a la Antigua Roma?
La antigua Roma es sumamente importante, por lo que ignorar a los romanos no es solo dar la espalda al pasado remoto, ya que Roma todavía contribuye a definir la forma en que entendemos nuestro mundo y pensamos en nosotros, desde la teoría más elevada hasta la comedia más vulgar. Después de 2.000 años, sigue siendo la base de la cultura y la política occidental, de lo que escribimos y de cómo vemos el mundo y nuestro lugar en él.
El asesinato de Julio César, en lo que los romanos denominaban los idus de marzo de 44 a. C., se ha erigido desde entonces en modelo, y a veces incluso en peligrosa justificación, para la matanza de tiranos. La distribución del territorio imperial romano sustenta la geografía política de la Europa moderna y de territorios más alejados. El motivo principal de que Londres sea la capital de Reino Unido es que los romanos la convirtieron en capital de la provincia de Britania, un lugar peligroso, tal como ellos lo veían, situado más allá del gran océano que rodeaba al mundo civilizado.
Roma nos ha legado en la misma medida ideas de libertad, ciudadanía y explotación imperial, combinadas con un vocabulario de política moderna como «senadores» y «dictadores». También nos ha prestado sus locuciones: desde «temer a los griegos que portan regalos»[N. de la E.: la expresión es “presente griego”, en referencia al regalo que en realidad es un problema] hasta «pan y circo», «tocar el violín mientras arde Roma» o incluso «mientras hay vida hay esperanza». Ha provocado asimismo, y en igual medida, risa, asombro y horror. Los gladiadores son hoy en día tan taquilleros como lo fueron entonces. El gran poema épico de Virgilio sobre la fundación de Roma, la Eneida, sin duda ha tenido más lectores en el siglo XX que los que tuvo en el siglo I d. C.
No obstante, la historia de la antigua Roma ha cambiado sobremanera a lo largo de los últimos cincuenta años, y todavía más durante los casi doscientos cincuenta años transcurridos desde que Edward Gibbon escribiera Historia de la decadencia y caída del Imperio Romano, su idiosincrásico experimento histórico que promovió el estudio moderno de la historia de Roma en el mundo angloparlante. Esto se debe en parte a las nuevas formas de abordar las viejas evidencias y a las distintas cuestiones que les planteamos. El mito de que somos mejores historiadores que nuestros antecesores es peligroso, puesto que no lo somos. Sin embargo, acometemos la historia romana con prioridades diferentes, desde la identidad de género hasta el abastecimiento de alimentos, que hacen que el pasado antiguo nos hable con un idioma nuevo. También ha habido una extraordinaria variedad de descubrimientos, tanto en la tierra como bajo el agua e incluso algunos se han perdido en bibliotecas, que presentan novedades de la Antigüedad y nos proporcionan más información sobre la antigua Roma de lo que cualquier historiador moderno hubiera podido averiguar. Estamos en posesión del manuscrito de un emotivo documento redactado por un médico romano cuyas posesiones más preciadas fueron pasto de las llamas, y que apareció en un monasterio griego en 2005. Poseemos restos de cargueros naufragados en el Mediterráneo que nunca llegaron a Roma, con sus esculturas, muebles y cristal procedentes del extranjero destinados a las casas de los ricos, y el vino y el aceite de oliva que constituían los alimentos básicos de todo el mundo. Mientras escribo, científicos arqueólogos examinan minuciosamente muestras extraídas del casquete glaciar de Groenlandia para encontrar, incluso allí, huellas de la polución causada por la industria romana.
Otros someten al microscopio los excrementos humanos hallados en una fosa séptica de Herculano, en el sur de Italia, para describir la dieta del romano medio tal como entraba y salía de su tracto digestivo; y lo que incluye esta descripción es una gran cantidad de huevos y erizos de mar. La historia de Roma se reescribe constantemente, y siempre ha sido así; en cierto modo, sabemos hoy más sobre la antigua Roma que los propios romanos. Dicho de otro modo, la historia de Roma está aún en desarrollo.
[Este libro, SPQR,] toma por título otra frase romana famosa, Senatus Populus Que Romanus, «El senado y el pueblo de Roma». Está motivado [por] la convicción de que todavía vale la pena entablar un diálogo con la antigua Roma y por la cuestión de cómo pudo una diminuta e insignificante aldea del centro de Italia convertirse en una potencia que dominó un territorio tan extenso en tres continentes. Esta obra trata de cómo creció y mantuvo Roma su posición durante tanto tiempo, no sobre cómo declinó y cayó, si es que verdaderamente sucedió en el sentido en que lo imaginó Gibbon. Las historias de Roma disponen de muchas posibilidades a la hora de elaborar un final adecuado; algunas han elegido la conversión de Constantino al cristianismo en su lecho de muerte en el año de 337 d. C. o el saqueo de la ciudad en el año 410 d. C. por parte de Alarico y sus visigodos. La mía termina en un momento culminante, en 212 d. C., cuando el emperador Caracalla adoptó la medida de convertir a todos los habitantes libres del Imperio Romano en ciudadanos romanos de pleno derecho, erosionando así la diferencia entre conquistador y conquistado y completando el proceso de expansión de los derechos y privilegios de la ciudadanía romana que había comenzado casi mil años antes.
No obstante, SPQR no es una obra de simple admiración. Hay muchas cosas en el mundo clásico, tanto romano como griego, que atraen nuestro interés y exigen nuestra atención. Nuestro mundo sería muchísimo más pobre si no continuásemos interaccionando con el suyo, pero la admiración es otra cosa. Hija, por fortuna, de mi tiempo, me indigno cuando oigo hablar a la gente de los «grandes» conquistadores romanos, o incluso del «gran» Imperio Romano; he tratado de aprender a ver las cosas también desde el otro lado. De hecho, SPQR se enfrenta a algunos de los mitos y medias verdades acerca de Roma con los que yo, como muchos otros, me crié. Los romanos no empezaron con un grandioso plan de conquista del mundo. A pesar de que al final exhibían su imperio en términos de algún destino manifiesto, los motivos que originalmente subyacían tras su expansión militar por el mundo mediterráneo y más allá son todavía uno de los grandes enigmas de la historia.
Para conseguir su imperio, los romanos no aplastaron brutalmente a pueblos inocentes que se ocupaban de sus propios asuntos en pacífica armonía hasta que las legiones aparecieron en el horizonte. La victoria romana fue, sin duda, despiadada. La conquista de Julio César de la Galia ha sido comparada, no sin justicia, a un genocidio y en su momento fue criticada por los romanos en estos mismos términos. No obstante, Roma se expandió no en un mundo de comunidades que vivían en paz las unas con las otras, sino de violencia endémica, de potencias rivales respaldadas por fuerzas militares (no había ninguna otra alternativa de respaldo) y de miniimperios. La mayoría de los enemigos de Roma eran tan militaristas como los romanos, pero, por razones que trataré de explicar, no vencieron. Roma no fue simplemente el hermano pequeño matón de la Grecia clásica, dedicado a la ingeniería, la eficiencia militar y el absolutismo, mientras que los griegos preferían la indagación intelectual, el teatro y la democracia. A algunos romanos les convenía fingir que era así, y a muchos historiadores modernos les ha convenido presentar el mundo clásico desde el punto de vista de una simple dicotomía entre dos culturas muy diferentes. Como veremos, esto resulta engañoso desde ambos lados, pues las ciudades-Estado griegas eran tan aficionadas a ganar batallas como los romanos, y la mayoría tenía muy poco que ver con el breve experimento democrático ateniense. Lejos de ser partidarios irreflexivos del poder imperial, varios escritores romanos fueron los críticos más implacables del imperialismo que ha habido jamás. «Crean desolación y lo llaman paz» es un lema que a menudo suele resumir las consecuencias de la conquista militar, escrito en el siglo II d. C. por el historiador romanoTácito en referencia al poder romano en Britania.
La historia de Roma es un gran desafío. No hay una sola historia de Roma, especialmente cuando el mundo romano se había extendido fuera de Italia. La historia de Roma no es la misma que la de la Britania romana ni del África romana, por lo que centraré buena parte de mi atención en la ciudad de Roma y en la Italia romana, pero también tendré la precaución de mirar hacia Roma desde fuera, desde el punto de vista de los que vivían en los lejanos territorios del imperio, como soldados, rebeldes o colaboradores ambiciosos. Y para los diferentes períodos hay que escribir diferentes tipos de historias. No hay relatos escritos de contemporáneos romanos sobre la historia más temprana de Roma ni de cuando empezó a expandirse en el siglo IV a. C. para dejar de ser una pequeña aldea y convertirse en el principal protagonista de la península Itálica.
La historia ha de ser una atrevida obra de reconstrucción que tiene que encajar lo mejor posible cada una de las piezas que conforman las evidencias: un único fragmento de cerámica o unas pocas letras inscritas en una piedra. Solo tres siglos más tarde el problema se invierte por completo:cómo dar sentido a ingentes masas de evidencias contemporáneas contrapuestas que amenazan con inundar la claridad narrativa. La historia romana exige también un particular tipo de imaginación. En cierto modo, explorar la antigua Roma desde el siglo XXI es como caminar por la cuerda floja, un escrupuloso malabarismo. Si uno mira hacia abajo por un lado, todo parece tranquilizadoramente familiar: hay conversaciones en las que casi podemos participar, sobre la naturaleza de la libertad o sobre problemas sexuales; hay edificios y monumentos que reconocemos y la vida de familia transcurre de una manera que podemos comprender, con sus adolescentes rebeldes; y hay chistes que «pillamos». Por el otro lado, se nos antoja un territorio completamente extraño. No solo por la esclavitud, la porquería (no existía nada semejante a la recogida de desechos en la antigua Roma), las matanzas humanas en los anfiteatros y la muerte por enfermedades cuya curación damos hoy por sentada, sino también por el hecho de arrojar a los recién nacidos a vertederos de basura, por las novias niñas y por los extravagantes sacerdotes eunucos.
Exploraremos este mundo a partir de un determinado momento de la historia romana, que desconcertó a los propios romanos y sobre el cual los escritores modernos, desde historiadores hasta dramaturgos, nunca han dejado de debatir. Un momento histórico que, además, ofrece la mejor descripción de algunos de los personajes clave de la antigua Roma, de la riqueza del debate que mantenían los romanos acerca de su propio pasado, del modo en que tratamos de recuperarlo y comprenderlo y de por qué la historia de Roma, su Senado y su pueblo todavía importan.
[Prólogo de “SPQR, Una historia de la Antigua Roma”, de Mary Beard. Crítica, 2016]
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